Mis Experiencias Adultas con Mindfulness

Aunque naturalmente tuve la experiencia de vivir estados de conciencia plena al jugar deportes a una edad temprana, de hecho, cuando fui niño nunca practiqué ejercicios de mindfulness.  Mi único pensamiento de niño era jugar el deporte.   Sin embargo, jugar en un estado de conciencia plena (que yo llamo “mente sin conciencia”) se convirtió en una cosa del pasado cuando crecí, y mi mente madura empezó a interferir con mi desempeño.

Mientras más años tuve, más se paralizaban mi mente y mi cuerpo por el miedo. A veces ese miedo me consumía totalmente. Miedo a fallar, miedo del equipo contrario, miedo de los entrenadores, miedo de decepcionar a mis compañeros y, peor aún, miedo de arruinar un juego al jugar mal.  

Creo que los mejores jugadores, o tienen una gran motivación y apoyo de sus familias que les ayude desde muy temprana edad con su confianza en sí mismos, o tienen una habilidad innata para acceder a su fuente de confianza en sí mismos cuando lo necesitan. Sobra decir que no tuve ni el apoyo de mi familia, ni mucha confianza en mí mismo.     

El rol de mi psicóloga de deportes en mi desempeño

Tuve siempre a mis músculos entrenados para los deportes; sin embargo, yo nunca había considerado que había un modo de entrenar mi mente hasta que llegué a la universidad. Mi primer año en la universidad fue una gran decepción para mi ego.  Venía de una escuela secundaria en la cual era uno de los mejores jugadores y al llegar a la universidad era uno de los más lentos y débiles.  En mi primer año estuve tan mal que mi entrenador quiso sacarme del equipo.  Le rogué a mi entrenador que me dejara en el equipo y él aceptó a regañadientes.  Fue un año terrible para mí.  Tuve muy poco tiempo de juego, y en esencia fui utilizado como un peón de práctica para ayudar a preparar al equipo de primer nivel.             

Afortunadamente para mí, entre mi primer año y mi segundo año las cosas cambiaron.  La universidad contrató un equipo completamente nuevo de entrenadores, cuyo líder era el entrenador Kevin. Tanto el líder como el equipo de entrenadores eran todos muy positivos, nos dijeron lo que esperaban de nosotros y resaltaron lo que todos nosotros podríamos lograr juntos. Sentí a este grupo de entrenadores muy energéticos y muy motivadores. Además, por suerte me topé con una persona que era un estudiante de fuerza y acondicionamiento físicos que estaba haciendo su maestría en la universidad de Ithaca.  Finalmente, los entrenadores contrataron a una psicóloga de deportes.   

Recuerdo que la primera sesión estábamos todos en el mismo cuarto y muchos de los jugadores empezaron con risillas mientras la psicóloga nos daba una terapia. En cuanto a mí, yo sabía que eso podría dejarme algo, de manera que después de algunas sesiones de terapia con el equipo, le pedí a la psicóloga si podía hacerme un casete personal, a lo cual accedió con mucho gusto. Escuché religiosamente 20 minutos por día el casete que me grabó, hasta el final de mi último año en la universidad. Aunque no me tocó jugar mucho durante mi segundo año en la universidad, definitivamente todo estaba cambiando para mí de una manera positiva. La psicóloga de deportes fue clave para borrar mis pensamientos negativos y reemplazarlos por pensamientos positivos, lo cual me dio la confianza en mí mismo que siempre me había faltado.

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